domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuando el copyright impide el avance de la ciencia

Mucho se habla sobre los derechos de autor y cómo afectan sobretodo, a la industria musical. Nos solemos centrar en los impedimentos que ponen las asociaciones de autores, operadores y discográficas para descargarnos música, películas o para tomar prestado un libro en la biblioteca. Sin embargo, suele dejarse de lado (por ser aparentemente minoritaria la población afectada) cómo afectan todas estas medidas proteccionistas al desarrollo de la ciencia. Richard Stallman, el gurú del software libre, precisamente por tratarse de una persona idolatrada por los geeks y por sus pintas tan excéntricas, fue una de las personas que mayor difusión pública le dio a este problema cuando participó en un debate de la revista Nature. Aún siendo muy utópicas sus ideas y limita sus argumentos a unos malos (las revistas que se oponen al open access) y a unos buenos (los pobres científicos que no pueden publicar en abierto), es muy ilustrativa la frase con la que concluye su artículo:

When copyright impedes the progress of science, science must push copyright out of the way

Precisamente, los derechos de autor en la ciencia surgen para proteger su avance. Con la irrupción de Internet, dejan de ser los autores los que deben ser protegidos y, al igual que ocurre con la industria musical, son los distribuidores (en este caso, las revistas) los grandes amenazados. En 2006, se presento en Estados Unidos el proyecto de ley de la Federal Research Public Access Act (pdf) que establecía la publicación en abierto de toda la producción financiada por el NIH seis meses después de salir a la luz en las revistas científicas. Rápidamente, Nature tomó medidas en contra de esta decisión impidiendo que se aprobara tal ley. De hecho, actualmente debe pasar un año para que cualquier publicación financiado con dinero público esté en open access en Estados Unidos.

En cualquier caso, el campo de la ciencia que se está viendo más afectado por los derechos de autor es el de la Genómica (curiosamente, el artículo que denuncia este caso es solo para suscriptores). Fue Craig Venter el primero en solicitar una patente para el primer organismo vivo creado en los laboratorios de su empresa, Celera Genomics. Sin entrar en todas las cuestiones éticas que levanta patentar algo tan personal como es una secuencia de ADN, el hecho de que se patenten descubrimientos y no inventos, dificulta a otros investigadores avanzar en el mismo campo. Esto mismo denuncian en Navigenics, que inciden en la gran cantidad de dinero que deben invertir únicamente en patentes de genes para poder investigar.

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