Estos días estoy leyendo el muy recomendable libro the James D. Watson donde describe de primera mano cómo él y su colega Crick hicieron el hallazgo científico más grande del S. XX y sin duda uno de los más grandes de la historia: la estructura de ADN. Una interesante lectura enfocada en lado más humano de la ciencia, describiendo envidias, disputas y una alta competitividad por ser los primeros. Más allá de la historia en sí, hay un personaje totalmente secundario pero de una relevancia decisiva en la carrera científica de Watson que me ha llamado especialmente la atención. Su director, Salvador Luria.
I wrote to Luria to save me
James D. Watson ( The Double Helix, 1968)
Como sabrán aquellos que hayan leído esta magnífica obra, la llegada de Watson a Europa estuvo llena de escalas. Primero Noruega, luego un infructuoso intento por ir a Londres, pasando entre medias por Nápoles (donde conoció a Maurice Wilkins), para finalmente aterrizar en Cambridge. Por el camino la indecisión de Watson sobre cuál era la línea de investigación más interesante y sus constantes cambios de opinión acerca de los supervisores con los que trabajaba le hizo adoptar distintas estratagemas para evitar trabajar con ellos y hacerlo con terceros en línas de investigación que consideraba más llamativas. Incluyendo la anécdota, ya en Cambridge en la que acude a un investigador para preguntarle si estaría dispuesta a aparecer en los papeles como su supervisor sin serlo en la práctica. Todos estos cambios de humor claramente injustificados a priori cuentan en todo momento con Luria (que también fue Premio Nobel) como cómplice que es quien se encarga de interceder por él para asegurarle la financiación, sin cuestionarse en ningún momento si su antiguo doctorando le estaba realmente tomando el pelo y viviendo a costa de las ayudas.
Y es que no hay mejor manera de hacer ciencia con mayúsculas que dejándola en manos de grandes científicos (incluyendo la financiación). Sin embargo, tengo la impresión de que cada vez más en ciencia el científico debe rendir cuentas constantemente a agente externos a la propia comunidad científica, ya sea la sociedad en su sentido más general o las agencias financiadoras. Esto hace que casos de éxito como el de Watson sean prácticamente imposibles al prescindir de esa confianza tácita entre grandes científicos. ¿Se imaginan lo que pasaría en alguna universidad española si saliera a la luz que algún investigador ha recibido tal o cuál ayuda para investigar fuera porque su director (reputado investigador) ha intercedido por él? ¡El baremo! exclamaríamos, ¡qué pasa con el baremo!
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