Llevamos ya un tiempo en el que se están convirtiendo en cotidianas las noticias sobre malas prácticas en el sistema de comunicación científica. En primer lugar, tenemos el sonado caso del psicólogo Stapel y la retractación de su enésimo artículo en la prestigiosa revista Science, por otro, las universidades saudíes y su política a base de talonario para mejorar sus posiciones en los rankings, y por último, las alertas contra las consideradas “editoriales fraudulentas”. La verdad es que popularidad con la que cuenta el blog Retraction Watch llega a ser preocupante, ya no por la calidad del mismo, que es indudable, sino porque su ritmo de publicación no cesa.
En Scholarly Kitchen hacen una interesante reflexión sobre el preocupante estado de salud del sistema de comunicación científica, cada vez más viciado por los criterios de evaluación establecidos por agencias e instituciones financiadoras. Así, se plantea si tal vez el estado de ansiedad que está contaminando ya no sólo a investigadores, sino también a gestores y editores, está logrando precisamente el efecto contrario que se planteaba en un principio. Los argumentos que presenta son bastante irrefutables, desde el oportunismo en la publicación, hasta la confección de artículos de diseño de acuerdo a los estándares de las agencias evaluativas, pasando por prácticas menos éticas. Denuncia la falta de transparencia y de reproducibilidad de los resultados científicos en el sistema de publicación, y cómo la mayor parte de las veces, el descubrimiento del fraude se debe al azar y no a las medidas de control que la revisión por pares debiera establecer.
Sin embargo, la necesidad de medir continúa vigente, ya no sólo por cuestiones de financiación, sino también para la promoción de la institución en sí. En mi opinión, la culpa no es de la forma en que se mide. Muchos son los que la critican y pocos los que ofrecen alternativas viables y coherentes. Tal vez la solución de parte de estos problemas podría venir dada por establecer políticas de data sharing, tal y como está ocurriendo ya en algunos países, y la obligatoriedad del investigador de dar evidencias de sus publicaciones. Las revistas más importantes (incluyendo a Science, la que publicó los trabajos de Stapel) ya lo hacen, pero fiar el control a editoriales que a fin de cuentas, lo que buscan es el lucro y nada más, no parece algo muy recomendable. Tal vez el problema del sistema de comunicación científica tenga más que ver con haberle dado el poder de juzgar lo que es bueno de lo que es malo a las revistas, y creernos su dictamen a pies juntillas.
Qúe finura escribiendo, qué capacidad de síntesis, le has puesto palabras a las sensaciones que vive la comunidad científica a la vista de las últimas noticias.
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